23 sept 2010

Aborto libre y seguro.“Saquen sus rosarios de nuestros ovarios... ¡¡Porque mi cuerpo es mío!!”


En la ciudad de Cuenca amanecimos el mes pasado en violeta, el color del feminismo. Las pintas de unas compañeras en las que se ponía de manifiesto una de las reivindicaciones históricas del movimiento feminista internacional tenía de este color nuestra ciudad: Aborto seguro, libre y gratuito. Expresaban de igual manera la imperiosa necesidad de relegar a un segundo plano al poder de la Iglesia católica de nuestras vidas, porque nuestro cuerpo es NUESTRO y las decisiones las tomamos nosotras y no la moral católica.

En América Latina sólo hay tres países en los que el aborto es legal: Cuba, Nicaragua y Guyana Francesa, en el resto de países, el aborto está perseguido en el código penal.

En todo el mundo se realizan 26 millones de abortos legales al año y otros 20 millones de forma clandestina e insegura, según los datos de la OMS. El 97% de los abortos se realiza en países de la periferia y en América Latina el 95% de los abortos son clandestinos, lo cual, en cifras reales significa que en Latinoamérica mueren 28 mujeres al día en abortos clandestinos, más de una mujer por hora. Como podéis comprobar los datos son estremecedores.
El aborto no es una cuestión de mujeres ni una cuestión doméstica, el aborto es una cuestión política.

Las y los marxistas consideramos que la institución de la familia, un componente necesario del régimen de la propiedad privada, es la principal fuente de la opresión especial de la mujer. La familia no es una institución inmutable y sempiterna, sino una relación social sujeta al cambio histórico. En la antigua sociedad de cazadores-recolectores existía la igualdad entre hombres y mujeres, donde la necesaria división del trabajo, basada en el papel de la mujer de procrear hijos, no involucraba subordinación alguna con base en el sexo, y el linaje se trazaba por la línea materna. En su obra clásica El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado (1884), Friedrich Engels (usando información disponible en aquel entonces) trazó el origen de la institución de la familia y del estado a la división de la sociedad en clases. El desarrollo de la tecnología —la agricultura, la metalurgia, la domesticación de los animales y otros avances revolucionarios— permitieron la existencia de un excedente allende lo necesario para la subsistencia mínima que caracterizaba a las sociedades de cazadores-recolectores, haciendo posible la existencia de una clase dominante ociosa. El estado surgió para asegurar el dominio de esa clase por la fuerza. La centralidad de la familia fluyó de su papel en la herencia de la propiedad sobre la línea paterna, que requirió la monogamia sexual de la mujer y su subordinación social. Engels describe la victoria de la propiedad privada sobre la propiedad comunal natural primitiva como “la gran derrota histórica del sexo femenino en todo el mundo”.

La sociedad capitalista está dividida en dos clases principales: la burguesía, que posee los medios de producción, y el proletariado, que vende su fuerza de trabajo para crear la riqueza y mantener a la sociedad funcionando. Para las masas obreras y los pobres, que no tienen riqueza alguna que legar a las nuevas generaciones, la familia sirve para alimentar y vestir a los obreros y criar a la siguiente generación. Engels señala: “La familia individual moderna se funda en la esclavitud doméstica franca o más o menos disimulada de la mujer, y la sociedad moderna es una masa cuyas moléculas son las familias individuales.” Aún hoy la institución de la familia desempeña un papel económico y social, y ésa es la base de la opresión de la mujer. Así, la lucha por la liberación de la mujer es una parte estratégica de la lucha por el socialismo y sólo puede llevarse a cabo mediante la revolución socialista.

Nuestra perspectiva no es la redivisión de las tareas domésticas dentro de la familia, sino la transferencia del trabajo doméstico entero a la esfera pública. Para liberar a la mujer, la institución de la familia como unidad económica de la sociedad no puede ser abolida, sino que ha de ser remplazada, con cocinas, guarderías y lavanderías comunales. La dictadura del proletariado, en la medida en que tenga suficientes recursos a su disposición, inmediatamente cambiará la condición concreta de la mujer en particular, más allá de los efectos liberadores generales de la revolución, y mucho más allá de hacer a la mujer y el hombre iguales ante la ley.

La opresión de la mujer no se reduce a una cuestión de ideología atrasada y la negación de derechos democráticos. La ideología machista es propagada para justificar la opresión económica y la subyugación concretas de la mujer. El aborto es restringido para afianzar la institución de la familia, cuyo papel social, junto con otras instituciones como la iglesia, es enseñar el respeto a la autoridad, actuar como una fuerza conservadora, controlar a la población (especialmente a la juventud) e imponer una moralidad que proscribe cualquier cosa que se desvíe del ideal de la familia.



Desde la Juventud comunista del Ecuador manifestamos públicamente nuestro apoyo a las reivindicaciones de las compañeras que han realizado pintas por toda la ciudad y manifestamos como reinvidación de primer orden para el movimiento feminista la despenalización del aborto, para que sea realizado en unas condiciones de salud seguras y al alcance de todas las mujeres que lo necesiten, es decir, de carácter público y gratuito. De igual manera, instamos a las instituciones gubernamentales a la formación integral de ciudadanas y ciudadanos, lo cual pasa obligatoriamente po una educación sexual sin tabúes y plena.


¡¡Que viva la lucha de las mujeres!!

Aborto libre, seguro y gratuito

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